Hoy me desayuno con dos noticias.
La primera lo cierto es que me interesa bastante poco. Es una boda real, con toda la pandereta que eso conlleva. No estoy muy seguro si se trata de una boda de Estado o de una boda familiar con muchos amigos . Veo que hay revuelo de invitados, ensayos, protocolos y demás. Pero en definitiva sigo sin entender si son dos novios que se casan, y punto, o además, es una boda de Estado con repercusión para los ciudadanos, porque súbditos, lo que se dice súbditos, ya no quedan. Súbditos y coronas se vienen machacando graciosamente desde hace poco más de 200 años, y francamente, creo que unos no existen y otros van quedando escarmentados.
Sin embargo no entiendo del todo la situación. El novio, Guillermo, se casa parece ser que con quien le ha dado la principesca gana. Bien. Pero su situación no es la de hacer lo que le venga por gusto. Estas personas, la realeza, se constituyen en ejemplo y espejo en el que se miran sus ciudadanos, por lo que están obligados a un comportamiento que ha de ser ejemplar. Comenzando por su propio matrimonio. ¿Deben divorciarse a las primeras de cambio, o no?. Las crisis que suelen presentarse a los cinco o siete años. ¿Qué hacer? ¿Ejemplo para el resto de mortales, o mortales como todos?. Si son como todos, y no se les va a pedir más, ¿Por qué les tengo que sostener, subvencionar, pagar, etc?.
En este caso concreto, si es una boda de Estado, ¿por qué no se invita a Blair o Brown?. ¿No han servido lealmente a Su Majestad?, ¿la reina Isabel tiene recelo de la sombra de Cromwell?, ¿o del laborismo en general?.
Nuestro Rey parece ser que no asiste. Ya se que que reina, pero no gobierna. Sin embargo es Jefe de Estado. Incluso se que en ocasiones ha de firmar leyes que pueden no ser de su agrado, y en contra de millones de españoles, porque se lo presenta nuestro Parlamento, aunque sean leyes aprobadas mediante acuerdos parlamentarios que por si solos no representan a la mayoría de lo votado en su momento por los españoles. Pero bueno, el caso es que no asiste. Y el evento parece importante. ¿Está enfermo?, ¿Ha comenzado la sucesión?. De cualquier forma esto sí me preocupa.
La otra noticia es la del próximo domingo en Roma.
Esta sí me parece importante.
No estoy poniendo en paralelo con la anterior. En absoluto. Los personajes son radicalmente distintos al igual que su trascendencia. Juan Pablo II es ya una figura histórica con su propio peso específico, con una labor y una trayectoria reconocidas incluso al margen de lo que representa y que le constituyen ya como un referente y un patrimonio de todos.
Sin embargo yo no quiero referirme a ese reconocimiento público y solemne que se le hace. El hecho de su proclamación como beato, camino de santo, no es para su gloria particular. Ni es así, ni él lo hubiese soportado. En realidad lo que se nos hace es una propuesta de ejemplaridad para todos, no solamente para los que se manifiestan católicos. A lo que yo me refiero es al toque personal que tiene Juan Pablo. No duda en viajar de extremo a extremo, pero fuera de la espectacularidad del hecho, el caso es que me siento personalmente interpelado; su “no tengáis miedo” está diciéndome directamente que he de romper con esas situaciones de acomodo, de aburguesamiento; de conformidad con lo establecido, lo políticamente correcto, el relativismo estúpido.
Surge alguna voz que intenta poner sombras en su figura. ¡No podían faltar¡ La mirada pegada al suelo no deja ver volar el águila. Cuando se toman decisiones valientes, a nivel internacional, que afectan a las relaciones entre estados, o a nivel eclesial, donde pueden tocarse privilegios que se habían tomado como derechos personales; siempre puede darse la falta de generosidad para comprender. Vuelvo a lo mismo; me resulta irrelevante. Estoy metido en el pueblo llano, en la fe sencilla que este hombre me ha enseñado a razonar. En la acción pequeña, si se quiere, humilde, pero cotidiana y contínua en mi entorno que este hombre me ha sabido despertar. Si me sirvió para hacerme más solidario, más consecuente, más libre, únicamente puedo decir: gracias, Señor, por haber creado a Karol Wojtyla para mí.